Witchlings. La tarea imposible by Estíbaliz Montero Iniesta

Witchlings. La tarea imposible by Estíbaliz Montero Iniesta

autor:Estíbaliz Montero Iniesta [Claribel Ortega]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788419521866
editor: Duomo ediciones
publicado: 2023-03-27T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 16

LA VERDAD SOBRE VILLACIÉNAGA

LA NIEVE CAÍA sobre Matacuervos. Otra vez.

—¿No se cansa la nieve de venir aquí? ¡Prueba con alguna ciudad nueva por una vez! —le gritó Siete al cielo mientras los copos de nieve se le pegaban a las pestañas y se le derretían sobre la piel.

Las witchlings se dirigían al centro de la ciudad después de la carrera de sapos, con los corazones todavía acelerados por culpa de la adrenalina mientras repasaban hasta el último detalle de la competición, sopesando las que consideraban que eran las debilidades del equipo de Villaciénaga.

—Todas sabemos que es imposible que derroten a Matacuervos. Tía se comerá sus palabras cuando se enfrente a Holo Vexx, y yo, por mi parte, pondría a Holo el primero. Si dejan que tome la delantera, no habrá quien lo atrape —declaró Valle.

—¡Ni hablar! Si algo sale mal, prefiero que Holo vaya el último, ¡para que pueda compensar el tiempo perdido! —exclamó Siete—. Su sapo, Lorenzo, corre muy bien bajo presión.

—¿Y tú qué vas a saber? Tu sapo es un fracaso —se burló Valle.

—¡Tú ni siquiera tienes uno! —chilló Siete, a lo que Valle respondió con una bola de nieve que le dio a su compañera de lleno en la frente.

Espina pareció ponerse nerviosa, hasta que las otras dos witchlings se empezaron a reír, y soltó un suspiro de alivio. Siete se sintió culpable; sabía que Espina estaba preocupada por sus peleas, pero estaba empezando a entender que esa era la forma que tenían Valle y ella de bromear. Una cosa era segura, y era algo que Siete nunca había creído que admitiría o sentiría en toda su vida: Valle Pimienta le caía muy bien. Siete se rio mientras se limpiaba la nieve de la cara, cuando oyeron un grito detrás de ellas.

—¿Espina? ¿Espina Laroux?

La cara de Espina adquirió todos los tonos de rosa del planeta.

—Si quieres huir, solo tienes que decirlo —susurró Siete, que suponía que Espina podría estar preocupada por tener que ver a las brujas de su antigua ciudad, pero esta negó con la cabeza.

—No pasa nada —dijo con suavidad—. Tarde o temprano tendré que enfrentarme a ellas.

Las tres se detuvieron y se dieron la vuelta. Espina levantó la barbilla, como Valle le había enseñado. Parecía desafiante, no del todo una chica dura, pero casi. Y luego, su expresión se suavizó.

—¿Octubre?

Una bruja mayor, de unos dieciséis años más o menos, trotó hacia ellas con una enorme sonrisa en la cara. Llevaba el uniforme de los Mapaches de Villaciénaga y tenía el pelo rojo, largo y rizado. Ella tampoco estaba sola. Corriendo junto a ella, dándole la mano, iba Tía Polvo de Estrellas.

Espina susurró una sucesión de «Por-mis-cabras-por-miscabras», hasta que Octubre y Tía alcanzaron a las witchlings. Octubre abrió los brazos y se encogió cuando Espina corrió hacia ella y abrazó a la bruja mayor con fuerza.

—No te he visto en la pista —dijo Espina cuando se separó de ella—. Llevas el pelo tan largo que ni siquiera te he reconocido.

—El problema es que me he movido demasiado rápido.



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